Buscando la forma menos triste de decirle adiós a alguien muy querido encontré este cuento que se llama "Adiós" y describió casi perfectamente el final desde siempre anunciado...
Su rostro se fue desdibujando, desfigurándose tras el humo transparente del cigarrillo que descansaba entre ellos. Una cara, bonita y perfilada, se iba tornando lentamente en un conjunto inconexo de muecas, huesos, dientes, labios, ojos y pelo. Grotescas pinceladas de colorete sobre una piel blanca y descolorida. En transición suave y diluida, gestos descentrados sin justificación aparente afloraban sobre aquella silueta tan amada antes. Una faz de emociones y sentimientos compartidos que parecía adquirir un matiz nuevo, de lejanía y desconocimiento. No podía reconocer, tras aquella nueva forma, el semblante de quien fue el centro de su vida, el motivo exclusivo de su triste existencia, tornándola tan vivible y apetecible. Imposible recordar, sin que parecieran de otro, tantos instantes eternos de unión, de reunión común.
Una mandíbula que no cesa de moverse, lanzando al aire, tan denso ahora entre nosotros, una cadena interminable de sonidos; resonancias inaudibles ya, incapaces de llegar a mis oídos. Manos huesudas y nerviosas acompañan y apoyan, en cómicos gestos, esas ideas intangibles que la boca no cesa de dispararme, intentando atravesar esa invisible barrera que hemos dejado crecer entre nosotros, como la mala hierba; muralla formada por infinidad de pequeños adoquines de insatisfacciones mutuas, ilusiones no compartidas, ratos separados, deseos de lejanía.
Y la silueta, demacrada y descompuesta en simples trazos básicos, se aleja y se aleja; viaja hacia atrás, de donde vino, de la nada, de lo desconocido, por el mismo camino que llegó a mi vida, iluminándolo todo. Retorna hacia su propia existencia, su auténtica presencia, tan oscura hoy para mí como lo fue en mi más pasado ayer. Vertiginosamente retrocede hacia el lugar del que surgió, tan llena de vida; y hoy va de vacío, sin nada que llevarse de mí, sin nada que poder ofrecerle, que querer ofrecerle. Disolviéndose en los recuerdos no recordados, en confusas sensaciones de lo que debió haber sido para mí, de lo que hubo significado dentro de mí, de lo que marcó en mí, se aleja irremediablemente, como si nunca hubiera estado. Sin dejar rastro alguno de todo lo que representó, de todas sus actuaciones estelares para mi único provecho, de todas las representaciones juntas que realizamos en nuestro propio, y común entonces, beneficio.
Hoy y ahora me doy cuenta de que nunca te quise. En un simple instante despierto a la realidad permanente, desde el ensueño que me había imaginado vivir, y me empapo de la cruda evidencia, certeza evidente. Nado y me ahogo en la autenticidad de mis sentimientos, en la sequedad de mi mar de dudas y falsas convicciones en el que antes, hace solo un instante, me zambullía tan gustosamente. Se cuelan por mi piel, impregnable, las sensaciones de un presente auténtico y real, ausente de ficciones, lejano de ti, propio mío, incompartible. No es nada tuyo: solo mío, mío, de mi, de mi sólo, sólo. Yo. Yo sólo, y, sobre todo, sin ti.
Tu cuerpo, arrastrado por tus ojos desorbitados que aún siguen luchando por todo aquello que creíste tuyo, que yo pense tuyo y no mío, se retira hacia nunca, hacia un siempre lejano no mío. Se lleva tus formas y tus desformas, tu suavidad y tu calor, hacia una fría lejanía que desconozco. Tu humedad y tu roce se distancian como si nunca hubiesen sido míos, tuyos, nuestros. Tus cabellos, sin ningún resto enredado entre ellos, sin ninguna alusión a lo que ya casi ni me acuerdo, se agitan por la aceleración que adquieren al separase de mí, quedándose, en su longitud limitada, un poco más cerca de aquí.
Y yo no hago nada, absolutamente nada, por evitar tu marcha. Aún no sé si la provoco, si me la provoco o te la provoco. Poco importa el desde dónde, el quién se aleja de quién, pues nunca estuvimos realmente tan cerca como soñábamos estar. Tu partida, o la partida de lo nuestro, me ha sorprendido. Pero no como sorprende la muerte, que es un fin seguro y esperable, no. Me desconcierta por el simple hecho de no haberla esperado, como si fuera una ruina que nunca llegaría a desmoronares, como si fuera desde siempre y para siempre, cuando en realidad no ha sido más que un espejismo al final del horizonte, al borde de un barranco. Algo en algún lugar al que nunca pude llegar, pero en el creía habitar y desde donde creía gobernar los mares, cuando no tenía barca. No poseíamos ni el más mísero velero en el que navegar juntos, y confiábamos en ser amos, ser amo, de los vientos y el oleaje. No era nada y lo parecía todo, asemejaba ser un único universo, el único mundo capaz de ser habitado, habilitado para ti y para mí, para nosotros, cuando ni siquiera éramos nosotros, ni tú, ni yo, ni nadie juntos.
Y cuando ya no formas más que una estela de alejamiento, me distancio yo aún más. Me siento propulsado lejos de donde estabamos juntos, de todo lo que creímos soñar a la vez, para no dejar ninguna duda al respecto. Arrastro, en mi entorno, por un instante, el humo del cigarro que nos envolvía. Luego se separa de mí, rindiéndose a su intento, reconociendo que no merece la pena intentar apegarse a lo que ya no existe, a lo que nunca nació y se esta muriendo, ha muerto. Muerto no nato. Le fue negada la posibilidad de existir antes de ser engendrada, nuestra historia, esa aventura común tan particular en cada uno de nosotros, o mejor, en tu persona y en la mía, que parecen, hoy, no compartir ni la humanidad. Salto hacia mi dentro, hacia mi centro, que es lugar más alejado de ti que nadie pudo nunca concebir. El sitio más sitiado y más inexpugnable de los que nunca deseaste, y, que por el contrario, confiabas tan tuyo. Campeabas a tus anchas por unos dominios que creías propios, y yo, desde mi atalaya, conozco hoy que no eran ni los albores de mis adentros. Paseabas, liviano, por tierras de las fronteras de mi pobre reino, y te creías dueño de lo que pisabas. Buscaste el lugar que deseabas fuera mi auténtico yo, y allí clavaste tu bandera sangrante, convenciéndote de ser parte ya de mi más interior núcleo.
Te dejé hacer, y llegué a admitir que tú me habías descubierto a mi misma. Conformismo comodón que me envolvió en sus elucubraciones idealistas tan intencionadas. Me deje convencer de lo que no estuve segura, admitiendo, fatal mentira, que habías descubierto una nueva senda hacia lo más profundo de mi garganta, hasta el más alto de mis picos. En realidad, vagabas por las playas de mis costas, jugando con las vallas de mis límites, equivocándote una y otra vez de entrada. Consentí y fui consecuente. Agradecida por lo que pensábamos me habías iluminado de mis partes más íntimas, me ahogaba aún más en esta trama farsante y sin sentido.
Y yo, tan ensimismada en ti conmigo, apabullada por mis/nuestros falsos descubrimientos, no busqué nada en ti. Me dejé mecer por tus encantos, por tus cariños hacia mí y tus atenciones. Inactiva, pasmada y entumecida por las gratas nuevas, no veía ni sentía el juego en el que me estaba alistando.
No era necesario. Era tu partida, tu entretenimiento sobre mi tablero desolado que volvía a sentir el correr de las fichas sobre su panza. Observaba, extrañada y perpleja, tus campañas y ataques, como quién oye una historia lejana, sin reconocer que yo era el campo de juego, el terreno que tú minabas con tus dudosas certezas.
Curadas las heridas por el ungüento mágico de la distancia que nos separa desde ahora, te observo y no reconozco, no encuentro nada de todo aquello que creí serías. Nada, un rostro desencajado que aúlla por reconquistar lo que la farsa y la mentira le cedieron. Gritas, arañas e intentas agarrar lo que no es tuyo por que nunca lo fue. Puedes quedarte con todo aquello que creías, que presuponías era yo. No es mío; es tuyo. Es tu propia historia, tu fantasía volcada sobre mi, en la que un día pensé que jugaba una parte importante y en lo que no era más que una excusa. Tuyo es, para ti todo, es tu propia obra. Adiós.
Pregunta.
Hace 12 años